Nuestros
hijos: La herencia paterna para el Mundo
Por, Dr. Joselito Orellana, DMin. PhD.
Misionero de
Palm
Missionary Ministries Inc., USA.
Pastor de la
Iglesia
Bautista Universitaria (Quito)
Rector del Liceo
Bautista Charles Spurgeon (Pifo)
Agosto, 2015
“Por tanto, id, y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Amén.”
Mt. 28:19-20
Cuando pensamos en
términos de paternidad, la herencia es una constante. Sabemos que hemos de
morir y quedarán nuestros hijos. Sabemos que debemos trabajar para dejarles una
herencia que les permita sustentarse e iniciar sus propios proyectos. Todo eso
es normal, piadoso, y responsable. Pero, ¿qué de pensar sobre nuestros hijos
como nuestra herencia para el mundo? En otras palabras, no sólo pensar en una
herencia para ellos, sino convertirlos a ellos mismos como nuestra mejor herencia
para el mundo.
En el pasado se decía
que los padres deben preguntarse ¿qué tipo de mundo van a dejarle a sus hijos?,
haciendo énfasis en el tema de la conciencia ecológica, moralidad,
espiritualidad etc. No obstante de que aquella pregunta y arenga entonces era
muy pertinente, hoy por cómo están las cosas en términos de familia, los padres
debemos preguntarnos, más bien: ¿qué tipo de hijos vamos a dejarle a este
mundo, cuando ya no estemos? ¡No le parece! Ya sabemos que la familia es una
especie en extinción y que cada vez más se ciernen en torno al matrimonio y la
familia, verdaderos y voraces enemigos, no tan sutiles como en el pasado, sino
frontales y enmarcados muchos de ellos en tecnicismos jurídicos, que incluso
definen patrones conductuales permisivos aun dentro del sistema educativo.
Hoy la autoridad de
los padres sobre los hijos se ve claramente limitada por instrumentos jurídicos
que otorgan a los chicos cierto sentido de autonomía e independencia ética y
moral, pero no económica. Los padres hoy somos una especie de cautivos
financieros por amor, pero no necesariamente educadores. Sé que en el pasado la
falta de reglamentación permitió muchos abusos en los hogares en nombre de la
autoridad paternal, pero ello no justifica generar el otro extremo de blindar a
los hijos con leyes que contravienen la mayordomía sana de la autoridad dentro
del hogar. No estoy abogando, y Dios me libre, por modelos de paternidad
equivocados como el: autoritario, indulgente o indiferente. Sino por el modelo
autoritativo, que deriva de un modelo paterno de vida ejemplar, amoroso,
dedicado y equilibrado.
Contingencias
disciplinarias integrales
Este modelo debe
estar signado además por tres características y responsabilidades, a la vez, que
creo son medulares para nosotros como padres de familia: respeto, esto es mirar a
los hijos como personas, no como propiedad o pertenencia material; responsabilidad,
es decir, proveer todo lo que necesitan para su rendimiento óptimo, y no estoy
pensando en cuestiones netamente materiales, sino también en las intangibles
como tiempo, cariño, interés, etc.; y, resarcimiento, significa, premiar
los logros, al tiempo de reconocer los errores propios.
Por su parte los
maestros en las instituciones educativas, como también los padres en los hogares,
no debemos tolerar de nuestros hijos y dicentes, bajo ningún concepto, tres
graves errores lesivos en el tiempo, que yo prefiero llamar una intolerancia
dicente: la desobediencia, por cuanto la autoridad paterna no se negocia
bajo ningún concepto; la deshonestidad, ya que la integridad como
valor radical, no se negocia ni se relativiza; y, la descortesía, porque el
buen trato a los semejantes, empezando en la familia; o como dicen hoy, el buen vivir, no debe menguar nunca. El
patrón conductual de los hijos hoy es de personas: desobedientes, que generan
un estilo de vida anárquico antinomianistas y aún pedantes; deshonestas que
hacen trampa en casi todo, y descorteces, capaces de ignorar a sus propios
padres en el hogar.
Los maestros también
tienen su aporte en el soporte educativo y axiológico de nuestros hijos pues
deben considerar al menos tres acciones proactivas o demandas docentes, como: modelar,
esto es dar ejemplo; modular, dar corrección oportuna; y,
monitorear,
dar seguimiento personal y a través de los organismos de apoyo como la propia
familia, el departamento de consejería educativa (DCE), departamento de pastoral
estudiantil, etc. Sin embargo de todo, es preciso cambiar ciertos paradigmas
mentales de percepción ontológica especialmente de los escolares. Por ejemplo,
la apalabra “alumno” es anacrónica,
arcaica, injusta, ofensiva y hasta blasfema. ¿Alumno o Discípulo? ¿Son estos
términos sinónimos?, pues No...
• Alumnos… no
La palabra alumno es una palabra compuesta que proviene de dos voces latinas
que son: A = sin; Lúmen = luz. Esto significa que el hijo
es una tabula rasa. El idioma latín
tiene otra palabra para luz, que es fóx. (En gr., fos) Un alumno es alguien
literalmente “sin luz”, que un “iluminado” debe desasnar. El antónimo de
alumno es precisamente “iluminado” o
como se dice en latín un iluminatti.
Al famoso príncipe hindú Siddhartha Gautama, sus seguidores lo llamaron
iluminado por causa de su sabiduría, por ello él pasó a la historia con el pseudónimo
de Buda, que en hindú significa, iluminado.
Alumno es un concepto
que castra el desarrollo del estudiante y privilegia al maestro como un
sabelotodo. Es un concepto ya desechado por la pedagogía moderna por
considerarlo anacrónico pues el proceso de enseñanza aprendizaje involucra al estudiante
como sujeto de su propio aprendizaje. Por otro lado, es atentatorio a la dignidad
humana, porque alumnos son sólo los animales, no los seres humanos creados a
imagen de Dios y que tienen mucho que enseñar, incluso aquellos considerados
con “capacidades especiales” Pero lo
más patético es que aquella palabra es blasfema, por cuanto los hijos de Dios
somos la luz del mundo, porque
irradiamos la luz de Jesús que es la fuente de la luz. Al considerarnos
alumnos, estamos descartando y denigrando horriblemente nuestra verdadera
identidad como hijos de Dios.
• Discípulos… sí
Este es un concepto bíblico que se
traduce como un “seguidor” La palabra
griega usada en la Biblia es mathetés, que ilustra a una persona
que pone sus zapatos en las huellas que va dejando su maestro y le sigue por do
quiera que va. Por lo tanto, discípulo es alguien que pone sus zapatos en la
huella de su Mentor que es Jesús. Este concepto nació con los griegos (por
ejemplo Sócrates fue el mentor de su discípulo Platón, y éste a su vez de
Aristóteles), pero Jesús lo adoptó para designar el peregrinaje de sus
seguidores. Las otras alternativas semánticas para referirnos a nuestros hijos
como personas en proceso de aprender son: estudiantes, dicentes (el maestro es
el docente), aprendices. Aunque en términos de educación y crecimiento, todos
aprendemos cada día, por ello en la pedagogía moderna se dice que la
competencia más avanzada ya sea en la pedagogía como en la andragogía es la
capacidad de aprender a aprender.
La Real Academia de
la Lengua dice: Del lat. alumnus, de
alĕre, alimentar. Discípulo, respecto de su maestro, de la materia que está
aprendiendo o de la escuela, colegio o universidad donde estudia. Fulano tiene
muchos alumnos. Alumno de medicina. Alumno del Instituto. Persona criada o
educada desde su niñez por alguien, con quien mantiene una cierta vinculación.
Persona que recibe enseñanza, respecto de un profesor, o de la escuela, colegio
o universidad donde estudia.
El mundo “sin luz” en el que vivimos tiene tres características bien
definidas: indiferencia, hacia las cosas espirituales de la Biblia y de
nuestro Señor Jesús; inmoralidad (pues viven como si Dios
no existiera y han hecho del culto al cuerpo, al placer y al dinero sus
verdaderos ídolos y razón de ser), y, la ignorancia, pues a pesar de
identificar a nuestra era como la sociedad
de conocimiento la verdad es que es menos lo que la gente sabe de lo que
verdaderamente tiene que enterarse; por ejemplo de su eternidad. Ese es el
mundo en que quedarán nuestros hijos.
Mi pregunta final es,
a la inversa, ¿qué tipo de hijos usted le va a heredar a este mundo? ¿Hijos que
sean protagonistas del reino de Dios, y sean agentes y fermento de cambio? O
¿hijos que se sumen a la gran marea humana que vive como si Dios no existiera,
y mueren como si nunca hubiesen vivido? Píenselo, vale la pena hacerlo si
queremos en realidad cooperar con Dios en su verdadera misión al mundo que es:
reconciliar a cada persona consigo mismo a través de Jesucristo. Como padre
cristiano, usted si puede llevar algo consigo al cielo cuando muera: sus hijos,
pero si los evangelizó, les modeló el reino y los discipuló. Entonces usted no
solo dejará una preciosa herencia para el mundo, sino que se la llevará consigo
por toda la eternidad. Amén.