Por, Dr. J. Joaquín Orellana. DMin. PhD.
Misionero de Palm
Missionary Ministries Inc., USA.
Octubre 2015
Todos los derechos reservados por el Autor.
“… y ordenó –Herodes- decapitar a Juan en la cárcel. Y fue
traída su cabeza en un plato, y dada a la muchacha; y ella la presentó a su
madre. Entonces llegaron sus discípulos,
y tomaron el cuerpo y lo enterraron; y fueron y dieron las nuevas a Jesús.
Oyéndolo Jesús, se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y
apartado (…) Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y
cuando llegó la noche, estaba allí solo” Mt. 14:10-13a; 23.
La soledad no es buena según la Biblia (Cf., Gén. 2:18-24). El retraimiento
es otra cosa y es positivo además. Jesús mismo lo experimentó varias veces por
ejemplo: su éxodo de 40 días por el desierto; cuando eligió a sus doce
apóstoles pasó la noche orando solo; antes de la cruz oró solo en Getsemaní y
solamente acompañado por tres de sus discípulos más cercanos, etc. Pero el
retraimiento más dramático, humanamente hablando, fue el que experimentó cuando
murió su precursor profético y primo, Juan el Bautista.
El ser humano es gregario por naturaleza, pues esa es parte del imago
Dei (imagen de Dios) en toda persona. Dios (Elohim) es un ser espiritual,
santo, pero personal y social. Lo demostró en la creación del universo, en su
irrupción en la torre de Babel, en el evento Crístico (bautismo, transfiguración,
glorificación, etc.)
¿Qué es la soledad? La soledad es un fenómeno humano alienante y
lesivo. La soledad es inexorable, tarde o temprano tendremos que experimentarla
y confrontarla. Generalmente no se la busca pues ella viene dolorosamente en
nuestro encuentro cuando menos lo pensamos. El ser humano puede experimentar
soledad en circunstancias tales como: la viudez; la orfandad; la prisión; el
abandono por parte de la familia; enfermedades crónicas y/o terminales; el
divorcio; la esterilidad; la violencia intrafamiliar; la vida monástica; el ser
ermitaño o soledad intencionadamente deliberada, etc.
¿Hay algo bueno en la soledad? Sí, aunque la soledad no es buena en sí
misma, puede proveernos la oportunidad de disfrutar la mayor y mejor de las compañías,
que es la del Señor Jesús. No te dejaré ni te desampararé es una
de las miles de promesas que se encuentran en la Biblia. Es una de las pocas
promesas, además, que encontramos tanto en el AT como en el NT (Cf., Dt.
31:6-8; Jos. 1:5; Hb. 13:5). Dios es un ser gregario y creó al hombre como tal para
relacionarse con él, y para que también el ser humano disfrute la compañía de los
demás. La soledad es deprimente lapidaria y extremadamente peligrosa. Entre la
soledad, la depresión y el suicidio, hay solo un medio paso.
Lo más triste, irónico y paradójico de la soledad es que podemos estar
circuidos de mucha gente, y no obstante y de hecho, sentirnos solos en medio de
la muchedumbre, pues la soledad no tiene que ver solamente con la ausencia física
de las personas, sino y sobre todo, con la ausencia emocional de las personas.
Es decir, hay mucha gente que vive en medio de la más tétrica soledad por
abandono emocional, pero rodeado de muchas personas. Y a veces son ellos mismos
los que se aíslan, o los que la sociedad ha discriminado y marginado por
prejuicios irracionales u homofóbicos.
La muerte de un ser querido también es otro de los desencadenantes de
la soledad más terrible. Hay gente que jamás se recupera emocionalmente por la
muerte de un familiar. Es verdad que nadie está plenamente preparado para
soportar tal crisis, sin embargo, es bueno pensar con objetividad, sobriedad y
madurez sobre ese escenario terrible pero ineludible. La muerte de un ser
querido implica para los deudos, experimentar un proceso de duelo que debe
darse en varias etapas como: la impresión
o shock inicial que ocurre cuando nos enteramos de la muerte del ser querido; luego
la negación del hecho, pues la mente
sabe lo qué pasó pero la conciencia se resiste a aceptar la pérdida; más tarde,
la rendición ante el pesar como una
vía de escape, pues las emociones no se resisten y brotan fluidamente; después,
aprehender a vivir con los
recuerdos, es decir, se está pasando de las emociones a la mentalidad del
hecho; y, finalmente la etapa de la aceptación
de la muerte del ser amado, y afirmación de la vida presente del deudo. No hay
tiempos exactos para cada etapa, ya que las circunstancias y las personas son distintas,
sin embargo, se espera que los deudos superen, tan pronto como puedan, cada
etapa hasta llegar al final deseado y aceptable.
Las personas deben entender que todo este proceso de luto es normal, y
que todo ser humano pasa por él sea consciente o no de aquello. No hay prisa, el
pesar por el duelo se mueve a su propio ritmo. Por ello es preciso confiar en
Dios personalmente, para que Él pueda echar mano de esta crisis aguda y
potenciar nuestra vida presente, pues no es justo vivir en el pasado con las
personas, problemas y relaciones del pasado. La vida continua y debe continuar
pero enriquecida por esta experiencia. La Biblia dice que “… el que comenzó la buena obra en
vosotros la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Hay que encontrar nuevos significados en la vida para todo lo que uno es, hace
y tiene. Es necesario celebrar las buenas memorias del difunto sin estar
obsesionado por sus recuerdos. Dios es amor y es ese amor el que
debe permanecer en nosotros para siempre (Salmo 118), porque precisamente
permea cualquiera de nuestras dolorosas circunstancias.
El final aceptable de este proceso de luto es aceptar plenamente la
muerte del ser querido y reiniciar, e incluso, repotenciar la vida gratificada
por esa experiencia. La vida continua, sí, aunque no debe ni tiene que
continuar igual o peor que antes. La vida debe continuar pero enriquecida, significada
y potenciada gracias a la vivencia de la crisis del duelo. El duelo no tiene necesariamente
porque ser lúgubre y doloroso, es una circunstancia punzante, que puede
proveernos bendiciones especiales como; encontrar nuevas y significativas
relaciones, ver lo que antes no pudimos ver, encontrarle mejor sentido a
nuestra vida, generar nuevas y mejores experiencias, proponernos nuevas y
mayores metas, alcanzar nuevos sueños y desafíos, etc.
¿Qué hacer para enfrentar la soledad? Arrieros somos y en el camino
andamos dice un viejo adagio, que me recordaban oportunamente mis
padres. La situación del otro, puede ser la nuestra en un momento determinado
de nuestra vida. Por ello debemos ser más humanos, solidarios y fraternos ante
el dolor de los demás.
Finalmente, permítame compartir algunos consejos prácticos para
sobrevivir la crisis de la muerte de un ser querido, como la de cualquier otro
tipo de pérdida significativa:
- Enfrente la realidad de la pérdida. Vivir negándola
no es una opción adecuada y lo peor, no ayuda en nada y nos fosiliza.
- Haga algo con el problema. Tome acción
positiva, pues la inacción es fatalismo.
- Evite el síndrome de la culpabilidad. No piense
que el mundo le debe algo, o que usted le debe todo a los demás, y/o que
la tragedia fue su culpa. Eso es fóbico y no es verdad.
- Busque ayuda en la compañía de otros, pues para
sobrevivir en la vida hay que ser práctico y dejar los sentimentalismos
románticos.
- Inventariar y archivar las pérdidas. Olvidar
las cosas pasadas, aunque es difícil hacerlo por cuenta propia, hay que
darse uno mismo para hacerlo.
- Decida seguir adelante No sea aplastado por el
fracaso. Job tuvo una crisis pero logró salir adelante. Otras personas también
lo han logrado. Con Cristo en su vida como Señor y Salvador, y el apoyo
amoroso de otros, usted también puede hacerlo.
- Tenga fe sobre todo. Aprenda a apelar a esos
recursos internos de la fe sin
la cual es imposible agradar a Dios. La fe lo puede todo y es el
ladrillo con el cual Dios construye verdaderos milagros en nuestra vida.
De alguna manera, las crisis por las pérdidas, incluyendo la muerte de
seres queridos, nos preparan para nuestra propia partida de este mundo. La Biblia
enseña que la muerte de los creyentes no es el final de su historia sino que es
un “éxodo”
a una vida mejor gloriosa y eterna con Jesucristo (Cf., Lc. 9:31; 2 Ti. 4:6ss;
2 Pd. 1:15). Por lo tanto, la muerte no es el final de nuestro peregrinaje acá
en este mundo, sino sencillamente el comienzo de la verdadera vida eterna y
trascendente. Sin embargo, el concepto de muerte o “partida” trae consigo temores y quebrantos (como en la celebración
del día de los difuntos), por lo que
es pertinente culminar este artículo recordando lo que mencionó un hombre
sencillo, campesino, y humilde pastor de ovejas: David; pero que encontró en el
único Dios verdadero a su “pastor” eterno,
y que en su poética Opus mágnum, el cántico
de la oveja nos dejó un exhorto maravilloso, cuando dijo:
“… Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo; Tú vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza
con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me
seguirán todos los días de mi vida y en la casa de Jehová moraré por largos
días” Slm. 23:4-6. ¡Amén...!
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